Opinión

En la cultura de la cancelación, muchas veces parece existir una doble vara moral con la que se miden actos similares ¿Por qué la gente está dispuesta a mirar al costado cuando quien comete algo cancelable nos cae bien?

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Si en el último tiempo estuvieron dando vueltas por Twitter, habrán podido ver que uno de los temas del momento fue la reaparición de Gustavo Cordera, ex cantante de la Bersuit, y de la entrevista que dio para Pedro Rosemblat en el canal de streaming Gelatina. Para quienes no estén enterados todavía del tema (lo cual está perfecto, porque no toda la vida pasa por Twitter ni por mirar redes sociales) el contexto que envuelve a esa entrevista es el siguiente: en el año 2016, Cordera se presentó a dar una charla en la escuela de periodismo TEA. En el marco de esa charla, Cordera expresó frases totalmente repudiables en alusión a la violación de mujeres. El mismo expresó: “Hay mujeres que necesitan ser violadas para tener sexo porque son histéricas y sienten culpa por no poder tener sexo libremente” agregando también “Si yo tengo algo bueno, es el poder de desvirgarte como nadie en el mundo. A mí hablame de cómo te sentís y te entiendo, pero si me hablás de los derechos no te escucho porque no creo en las leyes de los hombres, sí en las de la naturaleza”.

Lo que siguió a estas nefastas declaraciones del ex líder de la Bersuit fue una cancelación de la figura del músico en redes sociales, sumado a un proceso penal en donde se lo imputó del delito de incitación a la violencia colectiva. El juicio finalizó en el año 2019, mediante una suspensión de juicio a prueba (popularmente conocida como probation) y el posterior sobreseimiento de Cordera por el cumplimiento de la misma.

Quiero destacar una diferencia importante entre la llamada “cultura de la cancelación” y otro fenómeno que circula en redes sociales desde hace varios años: los escraches a personas. Mientras que los escraches suelen consistir en señalar públicamente a alguien (usualmente alguien no famoso) como autor de delitos o conductas reprochables, generalmente sin más prueba que la palabra del acusador, la cultura de la cancelación funciona de otro modo. En este caso, se trata de dejar de consumir los productos o contenidos de una persona (por lo general, una figura pública) ya sea por diferencias ideológicas o por conductas que generan rechazo, además de promover que esa persona no tenga espacio en los medios como forma de protesta y de lucha contra los discursos y actitudes que consideramos moralmente reprochables. Sobre esto, el canal de YouTube “Te lo resumo” tiene un excelente video que explica de forma muy clara de qué hablamos cuando hablamos de cultura de la cancelación.

Con el nivel constante de exposición con el que convivimos en redes sociales, la cultura de la cancelación suele darse casi siempre sobre hechos que están a la vista de todos: alguna opinión, algún posteo, algo que fue grabado en cámara y que no hay dudas de que sucedió realmente. Ya no estamos hablando de un simple escrache sin pruebas y la vulneración de un principio de inocencia no solamente jurídico sino moral. Estamos hablando de hechos sobre los que no se duda que hayan sucedido realmente.

Y justamente esa diferencia entre hechos comprobables y rumores nos lleva a revisar otro caso resonante que se originó en Twitter en el año 2020, como lo fue la cancelación a Martín Cirio, conocido artísticamente como “La Faraona”. También, para quien todavía no lo sepa, lo que sucedió con Martín Cirio fue que en el año 2020 salieron a la luz viejas publicaciones que el influencer realizó en Twitter, expresando su deseo de violar niños. En algunos de estos tweets, Cirio expresó frases como “Tengo un alumnito, el rodri, 13 añitos, que está a punto caramelo. Una delicia de chico”; “Dignisima mirando como chicos de 12 anios juegan al futbol mientras me pajeo atrás de un árbol y le chisto a yoni para q se de vuelta”; “Holis, en 4 meses, cuando esté en Tailandia fifándome niños de 3 años, seré Christina Aguilera acá”; “Mataría a mi madre a escopetazos en cámara mientras me violo un pibe con tal de volverme viral”.  Como en el caso de Cordera, lo que sucedió en el caso de Cirio es que fue cancelado en Twitter y otras redes sociales. También fue procesado penalmente en el año 2020, por la imputación del delito de “instigación a cometer un delito”, en el marco de la causa judicial 44644/2020 del fuero criminal y correccional. Finalmente, fue sobreseído en el proceso penal.

Más allá del sobreseimiento en la causa penal, hay algo de lo que no hubo duda: Martín Cirio realmente escribió estos tweets, y fue justamente por esto que durante la época de su cancelación salió a pedir disculpas públicas por sus redes sociales, excusándose en que esa era la forma de hacer humor ácido en Twitter en esos años. Entonces, frente a dos casos casi idénticos de cancelación resulta inevitable preguntarse ¿Por qué Martín Cirio dejó de estar cancelado y Gustavo Cordera no? ¿Acaso es que existe una regla moral que distingue hasta qué punto está bien expresarse a favor de la violación de otra persona y hasta qué punto no? ¿Estamos dispuestos a cancelar famosos cuyo contenido no nos gusta, pero mirar para otro lado cuando la persona a cancelar es alguien que nos cae bien?

Estas preguntas que me hago no son meras abstracciones: realmente me sorprendió la cantidad de personas que, aún durante la época de la cancelación a Martín Cirio, seguían compartiendo historias en Instagram con videos graciosos del influencer en estilo meme o compartiendo contenido producido por el mismo. Personas que también durante la misma época expresaban su apoyo a causas tan nobles como el movimiento Ni Una Menos, o como el apoyo a la ESI para brindar a los niños y adolescentes herramientas para prevenir abusos ¿Cómo es entonces que podemos apoyar causas tan justas y necesarias, pero al mismo tiempo compartir contenido de alguien que hacía humor sobre violar a niños?

Podríamos recurrir aquí al viejo adagio que invita a separar la obra del artista: rechazar las actitudes reprochables de una persona sin dejar por ello de disfrutar de su producción artística. Esto suele darse con músicos o actores cuyas opiniones resultan deplorables, pero cuyos trabajos seguimos consumiendo por gusto personal. En ese sentido, disfrutar de sus canciones o películas no implica necesariamente avalar las conductas o posturas con las que no coincidimos. Pero la cultura de la cancelación no se maneja con estos códigos. Por el contrario, la cancelación se mueve en términos absolutos: si se decide cancelar a un sujeto, el imperativo moral que impone la cancelación es dejar de consumir todo lo producido por el sujeto cancelado. La condena moral se extiende así no solo a quien cometió la conducta reprochable, sino también a aquellos que siguen consumiendo su contenido (clara muestra de ello son los hilos infinitos de Twitter con gente matándose entre ellos por defender o atacar a los famosos a los que siguen).

Quizás, si al hablar de la cultura de la cancelación lo hacemos desde una postura abierta y dispuesta a la objetividad, sin ponernos la camiseta de nuestros ídolos favoritos, podremos construir un diálogo más honesto sobre lo que estamos dispuestos a tolerar y lo que no queremos que se siga reproduciendo. Que nos guste el contenido de una figura pública no significa que debamos coincidir con todas sus ideas ni justificar cada una de sus acciones. Incluso, si los propios seguidores reconocen que la fama no otorga carta blanca para decir o hacer cualquier cosa, se abre la posibilidad de dos caminos valiosos: por un lado, habilitar un espacio de crecimiento personal para el cancelado; y por otro, frenar la reproducción de discursos violentos en la sociedad.

Sin lugar a dudas, la cultura de la cancelación tiene la fuerza para poner en el centro de la conversación aquellos temas sobre los que es necesario hablar y no dejar pasar conductas violentas que puedan seguir replicándose en la sociedad. Pero la cuestión a pensar es entonces si, cuando se traten de personas afines a nuestros gustos, seremos capaces de sostener nuestros principios morales y aplicar la misma vara para todos. De lo contrario, al final del día solo estaremos sumándonos a las filas de una hipocresía partidista que decide castigar a algunos y mirar para otro lado con otros. Al final del día, estaremos hablando de cancelaciones sí y cancelaciones no. 


JMR