Situaciones que identifican a todos aquellos que alguna vez han intentado vivir el amor sin salir heridos. Coger y Contarlo es la historia de Santiago y Laura, pero también es la historia de muchos que, sin más pretensiones, desean ser felices.
Libros
Por Juan Manuel Robledo
“Ya dos veces le había prometido a Laura que si me llamaba alguna oyente a la radio no le iba a preguntar si tenía tetas grandes o si se había acostado con alguna mujer, o alguna de esas mierdas que siempre hacía. Nuevamente, no cumplí: esa noche llamó una oyente y, sin rodeos, le pregunté si tenía tetas grandes o si efectivamente había tenido sexo lésbico (si había realizado un trío, si en caso de volver a hacerlo preferiría dos hombres o dos mujeres, etcétera). Ella me contó todo, yo un poco me excité”. Así abre el primer capítulo de Coger y Contarlo, la novela escrita por Santiago Cánepa y publicada en 2015. Duro, crudo y sin filtro: palo y a la bolsa, como me gusta decir. Un anticipo de lo que nos espera en las páginas por venir.
La novela nos cuenta una historia de amor. Pero no una de esas historias a las que nos tienen acostumbrados las películas de Netflix o las telenovelas de Cris Morena. Coger y Contarlo es una historia de amor de esas que duelen, que calan profundo, que muestran el lado más oscuro de las relaciones sexoafectivas: enojos, celos, broncas y desazones, e incluso violencias. El libro nos cuenta la historia de Santiago y Laura, dos jóvenes que se conocen un verano frente a la laguna de Lobos y que tienen todo para ser felices, para contarnos una historia de amor de película. Aunque no siempre todo sale como se lo espera: el sexo, las drogas, las infidelidades, una convivencia temprana, la creencia de que la vida está en otra parte, de que todo pasa muy deprisa; llevan a la pareja a mirarse a los ojos – verdaderamente a los ojos – y a encontrarse con quienes no quería encontrarse. La sangre como germen y desenlace de un idilio que acaba en tragedia.
Coger y Contarlo está narrada en primera persona desde la mirada de Santiago, su protagonista. Toda la relación con Laura —y con las demás mujeres que aparecen en su vida— la conocemos a través de sus ojos. En ese punto se revela una de las claves del conflicto central: las inseguridades de Santiago. Él mismo se percibe incapaz de estar a la altura de las expectativas que implica una vida en pareja con Laura. Es escritor, vive de ingresos esporádicos y su estilo de vida recuerda a una versión devaluada de Hank Moody, el protagonista de Californication. Por su parte, Laura también arrastra sus propias inseguridades, que se volverán una constante a lo largo de la novela: fantasmas del pasado que no logra exorcizar y que le impiden proyectar una vida en común con Santiago.
El atractivo de Coger y Contarlo es su fuerte dosis de realidad que permite al lector —sin importar su género o identidad— identificarse, aunque sea en alguno (o varios) de los pasajes del libro. Quienes hayan transitado el vertiginoso mundo de las relaciones amorosas seguramente se verán reflejados en muchas de las situaciones que viven Santiago y Laura: el iniciar discusiones desde comentarios que pueden parecer lo más inocente del mundo; el querer ganar una discusión como si se tratase de una batalla fundamental para resultar victorioso en la guerra definitiva de la pareja; el no querer capitular y reconocer las propias equivocaciones; el no poder ponerse en el lugar de la otra persona para poder comprender el dolor que le provocan nuestras acciones.
Ese aire de autenticidad es el que nos lleva a preguntarnos: ¿Cuánto puede tolerarse en una relación con tal de alcanzar —alguna vez— la tan ansiada felicidad? ¿Realmente todo vale con tal de aferrarnos a lo que deseamos, incluso si nos daña? Hoy, por suerte, se habla mucho más de las relaciones tóxicas y de la importancia de reconocerlas, poner límites y, si es necesario, alejarnos de quienes no nos hacen bien. Sin embargo, una cosa es analizar estas situaciones con la distancia del tiempo y otra muy distinta es enfrentarlas en el momento, cuando estamos emocionalmente involucrados. No es lo mismo hablar con el diario del lunes que jugar el partido (sino pregúntenos a los hinchas de Boquita hace cuanto que sufrimos el diario del lunes).
Razones para querer aferrarse a una relación, aunque nos duela, aunque nos lastime, pueden existir de sobra: el miedo a perder el vínculo formado, el sentir que todo el esfuerzo que se ha puesto se tira a la basura, el miedo a la soledad, a comenzar de cero, a perder el apoyo y la compañía del otro en aquellos momentos en donde la vida nos pega fuerte y cuando lo único que necesitamos es que la otra persona esté ahí para nosotros. Pero, aunque en esos momentos contemos con la presencia del otro para sentirnos menos solos en la vida, en lo profundo sabemos que ese vínculo tiene los días contados. Sabemos que ante cada paso adelante que queramos dar en la vida, en la construcción de una relación, surgirán mil dudas en nosotros y esa voz interna nuestra nos dirá que nos estamos equivocando.
La historia de Santiago y Laura no pretende enseñarnos cómo construir una buena relación (de hecho, a lo largo de todo el libro uno pensaría que deberían separarse a cada rato). Pero, si me lo preguntan, diría que es la experiencia de la vida la que verdaderamente nos prepara para estar listos y comprometidos cuando, con suerte, nos cruzamos con alguien que realmente vale la pena. Si hemos sabido aprender de nuestros errores del pasado —con la genuina intención de no repetirlos—, entonces estaremos parados sobre un terreno mucho más firme para construir un vínculo nuevo. Donde antes había dudas, ahora surgirán certezas; donde nuestra voz interna decía “no”, ahora escucharemos un “definitivamente sí”, que nos dará la seguridad de avanzar de la mano con el otro. Y si antes nos descubríamos pensando en cuándo terminaría todo, ahora, en cambio, no podremos imaginar un futuro sin la persona que amamos.
Coger y Contarlo es, sin dudas, un libro compañero. Sus páginas son ese refugio al que uno vuelve cuando necesita sentirse menos solo frente a las desdichas del amor; un recordatorio de que no somos los únicos que no entendemos las reglas del juego cuando la partida nos sale mal. También es un libro que sabe tomar el lado más animal y visceral de esos sentimientos que nos despiertan los vínculos de pareja y convertirlos, con humor, en un espejo donde vernos reflejados. Santiago y Laura no son héroes ni villanos, simplemente son dos personas intentando amar con las herramientas que tienen, como podemos serlo cualquiera de nosotros. La novela no juzga, no adoctrina, no embellece: solo muestra. Y en ese gesto brutalmente honesto, nos invita a repensarnos, a aceptar nuestras sombras y, quizá, a buscar vínculos más conscientes, más genuinos, más sanos. Porque al final del día, contarlo también es una forma de sanar. Y leerlo, una forma de no sentirnos tan solos.
JMR
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