Amores Materialistas, la nueva película dirigida por Celine Song nos enfrenta a una pregunta que tal vez haya pasado por nuestra mente en más de una ocasión: ¿Cuánto valemos en el mercado del amor?

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Por Juan Manuel Robledo

Tomemos una escala totalmente imaginaria, la que cada uno de nosotros quisiera tomar, llámese ser un 4, un 7 o un 10 en atractivo físico, de acuerdo con los estándares hegemónicos de belleza; estar en los 500 mil pesos mensuales de ingresos o tener varios millones en la cuenta bancaria; vacacionar (con suerte) 5 días en la costa o planificar un viaje de 2 meses recorriendo el viejo continente. Si pudiéramos medirnos por cualquiera de las escalas propuestas (y totalmente arbitrarias), ¿cuál sería nuestro valor en el mercado del amor? Esta es la pregunta sobre la cual nos invita a reflexionar Amores Materialistas, dirigida por Celine Song.


En esta entretenida película (que les recomiendo vayan a ver al cine porque realmente vale la pena), nos encontramos con Lucy (interpretada por Dakota Johnson), una chica fría y calculadora que vive en la ciudad de Nueva York y que se dedica al mercado de encontrar parejas por encargo para sus clientes (lo que se conoce como casamentera profesional). Así, donde los simples mortales vemos cualidades personales, Lucy ve cifras frías y estadísticas en su cabeza en cada una de las potenciales parejas que tiene para ofrecer a cada uno de sus clientes (una especie de Roberto Galán en “Yo me quiero casar, ¿y usted?”). De esta manera, quienes tengan personalidades similares, hayan crecido en hogares del mismo estrato social, tengan posiciones políticas afines y demás atributos que quisiéramos sumar a la ecuación, tendrán mayores probabilidades de ser un match perfecto que lleve a un largo y feliz matrimonio.


Aun siendo una casamentera exitosa que tiene en claro las reglas del mercado del amor, Lucy se enfrentará al dilema (previsible y un poco cliché, a mi gusto) de tener que elegir entre Harry (interpretado por Pedro Pascal) y John (interpretado por Chris Evans). Mientras que uno es lo que las estadísticas definirían como la pareja ideal, el otro entra en la clasificación de un perfecto desastre (tranquilos, que no es spoiler; sencillamente es la descripción de la película que van a encontrar en cualquier cartelera de cine). Vemos entonces cómo todo el sistema de valores en el que se cimenta la carrera profesional de Lucy empieza a tambalearse cuando se cuestiona a sí misma si realmente podemos ser reducidos a simples valores en una escala de deseabilidad.


La película (que no deja de ser, obviamente, una película) nos plantea de todas formas algo de realidad: ¿quién de nosotros se ha visto exento totalmente de haberse cuestionado cuánto vale como persona o como posible pareja? En un mundo dominado, en casi todos los aspectos de la vida, por valores materiales, ¿estamos realmente libres de ser determinados por las posibilidades con las que hemos contado en la vida? Al respecto, Tamara Tenenbaum habla en su libro El fin del amor: Querer y coger en el siglo XXI sobre un concepto creado por la socióloga franco-israelí Eva Illouz, llamado mercado del deseo: “La frase ‘mercado del deseo’ no es solo una caracterización peyorativa: es un concepto que sirve para explicar el modo en que estas relaciones sexoafectivas que tenemos hoy —que parecen tan libres e individuales— responden en realidad a la lógica del mercado, de la descentralización y de la desorganización. Puede sonar fría y despersonalizante, pero lo interesante del concepto no es eso sino pensar hasta qué punto el modo en que tratamos un intercambio mercantil puede servir también para entender los encuentros eróticos”.


No hace falta tampoco hacer grandes estudios sociológicos sobre el tema para que uno pueda ver los efectos del llamado “mercado del deseo”; basta simplemente con bajarse cualquiera de las aplicaciones de citas que uno puede encontrar en la tienda de Android o de iPhone: Tinder, Happen, OkCupid, Bumble o cualquiera que sea del gusto de la dama o del caballero. Apenas uno instala en su celular una de estas aplicaciones, verá que la mecánica de su funcionamiento es más o menos la misma en todas: uno tiene que completar una breve descripción sobre sí mismo y subir entre 3 y 5 fotos con las cuales venderse mejor a la demanda de perfiles online que buscan un match con el que interactuar. Al cabo de pocos minutos u horas, uno termina dándose cuenta de la realidad de estas apps: mientras que aquellas personas privilegiadas en la lotería de la genética encuentran un match a cada swipe a la derecha que hagan o corazón en el que hagan clic, aquellos que no hayan tenido la misma fortuna en cuanto a las escalas hegemónicas impuestas por la sociedad tendrán mayores dificultades para encontrar a alguien con quien siquiera poder empezar a plantearse tener una cita.

Muchas de estas aplicaciones toman datos de tus redes sociales y sus algoritmos van rankeando tu atractivo para intentar mostrarle tu perfil a gente ‘igual de atractiva’ que vos (lo ideal, para estas aplicaciones, es que todos logremos muchas citas)Tamara Tenenbaum sobre el funcionamiento de las apps de citas.

Amores Materialistas no es, sin embargo, una guía moral sobre el funcionamiento del mercado del deseo. No viene a decirnos como relacionarnos con los demás, ni tampoco viene a imponernos la exigencia de requerirle el resumen bancario a nuestras potenciales parejas. En todo caso, viene a mostrarnos que el amor puede ser más que una mera elección racional sobre lo que más nos conviene, que no todo en esta vida tiene que ser medido en términos de rentabilidad y de eficacia. Quizás así, al salir de la puerta del cine, podamos seguir replanteándonos los valores que atribuimos a lo que llamamos “un buen partido”.


JMR