Series y películas
La película Belén, dirigida por Dolores Fonzi, nos muestra el caso real de una joven tucumana que fue injustamente acusada de practicarse un aborto ilegal y nos muestra como, a veces, la visibilidad por parte de la sociedad logra corregir atrocidades judiciales.
Si hay un tipo de películas que realmente me llaman la
atención y siempre me generan mucha expectativa para ver, son las películas
sobre dramas sociales. No soy un entusiasta de las películas de superhéroes, no
me mueve el piso nada de lo que pueda producir Marvel o DC – con todo el
respeto que se merecen estas producciones y todo el público que las disfruta –
simplemente no son lo mío. Pero cuando se trata de películas que ponen sobre la
mesa luchas sociales, dramas que viven en el día a día miles de personas, o que
ponen sobre los reflectores y delante de una cámara las injusticias que generan
un sistema tan absurdo como en el que vivimos, realmente me quedo prendido
frente a la pantalla en cada escena. Es
por esto por lo que estaba esperando con muchas ganas que se estrenara Belén
en Amazon Prime, protagonizada por Camila Pláate, quien interpreta a
“Belén”, y por Dolores Fonzi, quien se pone en la piel de Soledad
Deza, la abogada que tomó el caso en la vida real.
Para quienes no se hayan cruzado todavía con las
publicidades y los avances de la película, la trama de esta es la siguiente: En
el año 2014, en la provincia de Tucumán, una chica llega de emergencia a un
hospital público por un fortísimo dolor abdominal, acompañada de su mamá. Una
vez ingresada, esta chica (que conoceremos como “Belén” en la película) sufre
un aborto espontáneo, sin que los médicos que la hayan ingresado – ni tampoco
la propia Belén – siquiera sospecharan que estaba embarazada. Frente a esta
situación, es denunciada por los propios médicos del hospital ante la policía,
acusada de haberse practicado un aborto ilegal, luego de que hubieran
encontrado un feto abandonado en una de las alas del hospital. Belén queda así
detenida por la policía en pleno proceso de legrado, un procedimiento
quirúrgico ginecológico que se usa para limpiar el interior del útero,
especialmente después de un aborto incompleto o espontáneo, para extraer restos
de tejido y prevenir infecciones.
Todo lo que sigue en la película es el proceso judicial al
que es sometida Belén, su privación de la libertad de forma preventiva antes
del juicio oral y de la condena social anticipada que sufre no solo ella, sino
también su familia, frente a un hecho que divide las aguas, no solo en
Argentina sino en todo el mundo, como lo es el debate por el aborto. Quizás en
este punto haya que remarcar un punto vital sobre la película: todo lo que se
muestra en la pantalla es el caso real de una joven tucumana que ocurrió en el
año 2014. Belén (nombre adoptado de forma ficcional para preservar la identidad
de la chica) asistió a un hospital público pidiendo ayuda y terminó saliendo
presa en un patrullero, por algo que no hizo, y de lo que se la declaró
culpable desde el minuto uno. Pero Belén no es un personaje ficticio, sino una
persona de carne y hueso que ha tenido que atravesar por el infierno de un
sistema judicial que demostró no interesarse por ella en ningún momento, ni
mucho menos por las garantías que exige nuestra Constitución.
Me interesa en este punto hablar sobre otra de las cosas que
nos muestra la película: la movilización organizada por la defensa de Belén
para darle notoriedad a su caso. En la película, vemos cómo su abogada y todo
el equipo que la acompaña organizan marchas para dar a conocer el caso, exigir
la anulación del fallo que condena a Belén y su inmediata liberación. Estas
marchas tampoco fueron inventadas en ningún guion de cine. Fueron movilizaciones
reales de miles de mujeres en varios puntos de la Argentina, quienes se sumaron
al reclamo por la inmediata liberación de la joven tucumana.
Es en este punto, a partir de las movilizaciones por Belén,
cuando recuerdo otro caso emblemático de la historia judicial argentina, en el
que también se condenó injustamente a un inocente: el caso de Fernando
Carrera y la tragedia conocida como la “Masacre de Pompeya”. Lo ocurrido
aquel 25 de enero de 2005 fue que policías de civil, que venían persiguiendo a
unos ladrones, confundieron a Carrera con ellos. Durante la persecución, la
policía comenzó a dispararle sin darle la voz de alto, sin identificarse y
desde un auto que ni siquiera era un patrullero, asestándole varios disparos. A
raíz de esto, Carrera se desmayó y terminó atropellando con su auto a tres
personas que murieron en el acto, entre ellas un niño de seis años. Cuando los
policías advirtieron la confusión y el desastre que habían provocado,
decidieron plantarle un arma y montar toda una escena para simular que Carrera
había disparado primero contra ellos. La verdad, muy distinta, es que Fernando
venía simplemente de dejar a su esposa e hijos en la casa de su suegra. No
había cometido ningún delito: solo tuvo la mala fortuna de estar en el momento
y el lugar equivocados.
Así como en el caso de Belén, a partir de las marchas en
todo el país, Fernando tuvo la suerte de que su caso se volvió conocido a
partir del documental de Enrique Piñeyro llamado El Rati Horror Show.
En el documental se demuestran todas las inconsistencias de la causa
judicial por la que se condenó a Carrera, la manipulación de la escena del
accidente por parte de la policía y todo el entramado de corrupción que llevó a
que estuviera preso durante más de 7 años, hasta que la Corte Suprema de
Justicia de la Nación lo absolviera de forma definitiva en el año 2016.
Sin lugar a dudas, tanto Belén como Fernando tuvieron,
dentro de sus respectivas tragedias, la fortuna de que alguien se interesara en
sus casos y realizara un esfuerzo enorme para visibilizarlos. Pero me pregunto
qué será de todas aquellas personas procesadas por nuestro sistema judicial que
no cuentan con la misma suerte: aquellos que no cuentan con nadie que
visibilice su caso y las irregularidades que terminan por convertir en letra
muerta la garantía de un juicio justo. A Belén y a Fernando se los acusó
injustamente de terminar con la vida de otras personas. Me pregunto yo quién
será responsable por las vidas destruidas por condenas injustas, las vidas de
aquellos que no cuentan con alguien que los salve de caer en el olvido de un
expediente judicial.
JMR
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