Cámaras, algoritmos y vigilancia en HD – Objetivo Cero de Anthony McCarten.

¿Hasta dónde estamos dispuestos a renunciar a nuestra privacidad en pos de vivir seguros? Objetivo Cero, el atrapante thriller de Anthony McCarten, retoma el dilema de un Estado a lo Gran Hermano y la distopía orwelliana en el mundo moderno, donde todo lo que nos identifica puede ser analizado por algoritmos. 


Libros

Por Juan Manuel Robledo












Objetivo Cero: Dos horas para desaparecer. Una oportunidad de escapar. Cero posibilidades de sobrevivir.


Tomemos el mundo de “1984”, de Orwell; agreguémosle algoritmos de análisis de nuestras redes sociales, cámaras de vigilancia en cada calle que recorremos —capaces de identificar el patrón exacto de cómo nos movemos al caminar—, e informes de nuestros movimientos bancarios que puedan revelar si preferimos comprar Pepsi o Coca-Cola y listo, tenemos un thriller que no podemos soltar de las manos.

Objetivo Cero, escrito por Anthony McCarten — guionista de películas mega taquilleras como La Teoría del Todo (2014), La Hora Más Oscura (2017), Bohemian Rhapsody (2018) y Los Dos Papas (2019)—, nos invita a leer una historia atrapante desde la primera hasta la última página.

 

La trama (sin spoilers) de esta historia es sencilla: diez personas han sido seleccionadas para la prueba beta de un innovador software de espionaje. Liderada por el prodigio de la tecnología Cy Baxter, FUSIÓN —la empresa desarrolladora del software— puede rastrear a cualquier persona sobre la faz de la Tierra.

Cada participante (denominado “Cero”) tiene que lograr evadir, durante 30 días, los sofisticados equipos de captura enviados para encontrarlos. Quienes venzan a FUSIÓN recibirán un premio de 3.000.000 de dólares. Por otro lado, si el sistema de Cy Baxter logra demostrar su eficacia y capturar a los diez Ceros antes de que la cuenta regresiva de los 30 días llegue a su fin, su empresa ganará un contrato de 90.000.000 de dólares con la CIA, lo que revolucionará para siempre los sistemas de vigilancia.


Al comienzo de la prueba, los participantes recibirán un mensaje en sus teléfonos con el texto: “De Cero”. A partir de ese momento, tendrán dos horas de ventaja para desaparecer durante los 30 días sin dejar rastro. Cumplido el plazo de ventaja, los equipos de captura recibirán toda la información personal almacenada por el software de FUSIÓN sobre cada participante, con la que deberán analizar y descubrir el posible paradero de cada Cero.

La historia sigue a “Cero 10”, Kaitlyn Day, la protagonista del libro, quien tiene en juego algo mucho más personal e importante que el dinero, por lo que hará hasta lo impensado para no ser capturada. Cuando el temporizador del juego llegue a cero, solo habrá un ganador.

– Me temo que no puedo estar de acuerdo con una empresa privada que se beneficia de la amplificación algorítmica, la difusión y la microsegmentación de la información corrupta creada en gran parte por esquemas coordinados de desinformación que fragmenta nuestra realidad, envenena el discurso social y paraliza la política demócrata – Kaitlyn Day.

La novela, aunque ambientada en tiempos modernos – en la historia se mencionan eventos como la Pandemia de Covid-19 y la invasión a Ucrania por parte de Rusia – pone sobre la mesa un tema clásico de la literatura distópica: ¿hasta donde somos capaces de renunciar a nuestra privacidad para vivir protegidos por el Estado?


En la realidad, no existe una respuesta absoluta a esta pregunta. Como ocurre en cada aspecto de la vida, las preferencias de las personas están condicionadas por el contexto histórico, los valores socioculturales a los que estamos expuestos, nuestros recursos económicos y los discursos políticos que inundan los medios de comunicación. Así, no tendrán las mismas preferencias quienes acaban de sufrir un hecho de inseguridad que quienes viven alejados de las zonas urbanas (aunque la frase “la inseguridad está en todos lados” resulte familiar, lo cierto es que los mayores índices de criminalidad suelen registrarse en grandes centros urbanos). Tampoco opinarán lo mismo quienes pueden darse el lujo de vivir en un barrio privado, que aquellas personas en condiciones más vulnerables, en barrios menos privilegiados. Lo mismo ocurre con quienes consumen constantemente noticias sensacionalistas cargadas de violencia, en comparación con quienes no lo hacen.

 

Esta pulseada entre seguridad y privacidad se nota fuerte cuando comparamos dos mundos distintos: por un lado, la sociedad estadounidense, obsesionados con sus políticas de seguridad nacional, y por el otro, la sociedad argentina, que mira de reojo cada vez que le piden un dato de más (porque capaz te sacan el mail y terminás con una heladera en 12 cuotas sin darte cuenta).

La diferencia entre estas dos formas de vivir la privacidad no es casual: responde a dos hechos históricos que marcaron a fuego a cada país. En EE.UU., los atentados del 11 de septiembre de 2001 redefinieron la seguridad como prioridad máxima. En cambio, en Argentina, la última dictadura cívico-militar dejó una herida profunda que todavía nos hace desconfiar de cualquier cosa que suene a vigilancia.

 

En el caso estadounidense, el giro fue evidente después de los atentados del 11 de septiembre. El Congreso Federal por amplísima mayoría sancionó la Ley Patriota (Patriot Act): esta ley amplió los poderes de las fuerzas del orden y agencias de inteligencia para investigar, prevenir y combatir el terrorismo. Pero ese avance tuvo un costo alto, y no menor: varias libertades civiles quedaron en segundo plano.

En Argentina el recorrido fue distinto. Con la vuelta a la democracia en 1983 — no sin tropiezos, entre leyes como la de obediencia debida, punto final y los polémicos indultos — el país se encaminó en una senda de respeto por los Derechos Humanos y las políticas de Memoria, Verdad y Justicia.


El ejemplo más claro de estas políticas de protección de la privacidad fue primero la limitación de los poderes de vigilancia de la SIDE (Secretaría de Inteligencia del Estado) y su posterior desmantelamiento en el año 2015. Durante la dictadura, la SIDE tenía un rol central en tareas de espionaje interno y represión ilegal. Ya con el regreso de la democracia en 1983, su estructura no fue desmantelada completamente, pero perdió parte del poder represivo que había tenido. Su reemplazo en 2015 por la AFI (Agencia Federal de Inteligencia) tuvo por objetivo desmilitarizar el organismo, transparentar su funcionamiento, prohibir el espionaje interno a ciudadanos por motivos políticos o ideológicos y someterlo a controles parlamentarios más estrictos.

– La gente no quiere privacidad. Ya no. La privacidad está pasada de moda. Es una cárcel. La gente se muere por renunciar a ella, si te interesa saber la verdad. Lo cierto es que están todos tan solos, y puede que tu sepas algo al respecto, que prefieren intercambiar su privacidad por alivio a la menor oportunidad. Y te voy a decir por qué. Porque lo que anhelan es ser conocidos, no desconocidos... ser transparentes, que los observen como si fueran importantes, con todos sus secretos expuestos al público, sus pecados proclamados e incluso publicitados. Sin nada que esconder. Lo quieren así. ¿Y por qué? ¿Quieres saber por qué? ¿Señora Day? Porque ser observado... es como ser amado. – Cy Baxter.


A simple vista, los slogans de campaña que prometen más seguridad para los “ciudadanos de bien” pueden sonar atractivos. Venden tranquilidad, orden, una idea de protección. Pero, seamos honestos, ¿qué hay realmente detrás de esas palabras? Porque después, en la práctica, lo que aparece es otra cosa: funcionarios que deberían cuidarnos diciendo en televisión cosas como “zurdos de mierda, los vamos a ir a buscar”, o hablando de “eliminar todo vestigio de ideología de izquierda” como si eso fuera una política pública legítima.

Y mientras tanto, a los jubilados que reclaman por lo que trabajaron toda su vida se los trata como si fueran una amenaza; a los pueblos originarios se los pinta como terroristas; y a las disidencias sexuales se las deshumaniza, se las insulta o, directamente, se las criminaliza con generalizaciones absurdas y peligrosas.

Por eso, cada vez que escucho esas promesas de orden y seguridad, no puedo evitar desconfiar. Porque muchas veces, ese "orden" no es más que una excusa para perseguir, silenciar y estigmatizar a quienes no encajan en su idea de “ciudadano de bien”.

 

Entonces, ¿qué es lo que de verdad queremos? ¿Defender nuestras libertades civiles y, sobre todo, ese bien preciado llamado privacidad? ¿O preferimos vivir expuestos, bajo el ala de un poder que se vende como protector, pero que no conoce límites? 
Es así como esta lucha entre estos personajes nos invita no solo a leer una historia atrapante, sino también a recordar que lo que puede parecer un arma contra el crimen, puede terminar por convertirse en un arma de doble filo en las manos equivocadas.

JMR

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