Si pudiéramos hacerlo ¿manipularíamos la vida pasada de nuestras parejas para convertirlas en nuestra versión de la “pareja ideal”? – Gusto en Conocerte, Otra Vez y la versión comedia romántica de los bucles temporales.
Series y películas
Por Juan Manuel Robledo
De una forma o de otra, las cosas por las que
vamos pasando en la vida nos van formando: padres presentes o ausentes,
vínculos afectivos sanos y otros no tanto, docentes que nos inspiren o que nos
hagan sentir menos de lo que valemos. Esto por nombrar solo algunos ejemplos de
las miles de cosas en nuestra vida que pueden marcarnos, influenciarnos y
formar nuestros sistemas de valores.
¿Pero qué pasaría si, de alguna forma, fuéramos
capaces de cambiar el pasado y, con ello, las cosas que nos hicieron ser como
somos hoy? ¿Y si pudiéramos cambiar la vida de alguien más? Esta es la pregunta
que nos invita a pensar Gusto en conocerte, otra vez (Meet Cute,
en inglés) y sobre cómo jugar a ser Dios puede no salir del todo bien.
La trama de la película, al principio, nos puede
parecer un poco cliché y típica de una comedia romántica: una chica que conoce
a un chico de forma aleatoria, que tienen una muy buena primera cita y que
luego pasa algún problema determinado que complica toda la trama. Pero, para
ser una de esas películas de 90 minutos que nos hacen desconectarnos un rato de
la realidad, la propuesta es bastante buena y entretenida.
Todo comienza cuando Sheila (interpretada por
Kaley Cuoco, recordada por su papel de Penny en The Big Bang Theory)
conoce a Gary (Pete Davidson, a quien vimos como Blackguard en El Escuadrón
Suicida) en un bar. Lo que capta su atención no es algo menor: Gary es el
único hombre que no está hipnotizado por el partido que están transmitiendo en
la televisión. Intrigada, Sheila se acerca y le invita un trago. Así comienza
una cita de ensueño: tragos, platos exóticos y una caminata bajo las luces de
Manhattan. Pero lo que parece una clásica historia romántica da un giro
inesperado cuando Sheila le confiesa a Gary algo completamente insólito: es una
viajera en el tiempo, proveniente de apenas 24 horas en el futuro. Como si eso
no fuera suficiente, también le revela que había planeado suicidarse ese mismo
día… hasta que lo conoció. La revelación deja a Gary completamente descolocado
y marca el tono de una historia que mezcla comedia, drama y ciencia ficción de
una forma bastante inusual.
No llegamos a enterarnos de la crisis existencial
por la que Sheila está pasando en la película, que la lleva a querer terminar
con su vida. Sin embargo, después de haber pasado una cita perfecta con Gary,
finalmente encuentra un momento de felicidad soñada que le hace replantearse su
decisión. Un momento de pura felicidad que nunca había experimentado en su vida
y que la lleva a querer aferrarse a esa noche y no soltarla. Vemos entonces que
Sheila, haciendo uso de la máquina del tiempo con la que siempre regresa 24
horas al pasado, vuelve noche tras noche a esa primera cita con Gary para
revivir la misma felicidad.
Llega un momento de la historia donde ocurre lo
obvio e inevitable: por más perfecta que pudiera ser una primera cita, si se
revive una infinidad de veces, llega el punto donde nos vamos a hartar de vivir
siempre lo mismo. Por mucho que nos gusten los ravioles, si comemos todos los
días lo mismo, vamos a terminar odiándolos. Y lo mismo le termina sucediendo a
Sheila con Gary, lo que la lleva a tener la brillante idea de que, si puede
viajar más atrás en el tiempo y cambiar los eventos de la vida de este, podría
moldearlo para convertirlo en su “hombre perfecto”.
Y es acá donde me pregunto: si pudiéramos
hacerlo, ¿manipularíamos la vida pasada de nuestras parejas para convertirlas
en nuestra versión de la “pareja ideal”? ¿Realmente necesitamos que la persona
con la que compartimos nuestra vida cumpla con cada aspecto que deseamos en
nuestra versión caprichosa del mundo? En un presente donde está de moda decir
que cada pequeño detalle que no nos gusta del otro es una red flag (como
si solo usar el término con cada cosa nos convirtiera en alguien más canchero),
parece que perdemos de vista que construir una relación conlleva compromiso,
esfuerzo y cierto grado de tolerancia.
Tendemos a olvidar que una relación de pareja
implica, en cierta medida, resignar algo de nuestra libertad en favor de un
vínculo compartido con otra persona. Si cuando vivía solo dejaba la ropa sucia
tirada en el piso, no puedo seguir haciendo lo mismo al convivir en pareja. Si
antes disponía de todo mi tiempo y decidía con quién compartirlo, en una
relación amorosa es necesario dedicar atención y espacio al otro; de lo
contrario, el vínculo se diluye y se vuelve indistinto a cualquier relación
casual, como la que podríamos tener con alguien que conocemos en la facultad,
en el trabajo o en un bar.
Por supuesto, cada quien es libre de manejarse
como desee dentro de una relación, y no pretendo erigirme en una autoridad
moral sobre cómo deberíamos tratarnos. Sin embargo, me resulta difícil aceptar
tan livianamente el discurso de que “si fluye, fluye; y si no, a otra cosa”.
Desde mi punto de vista, si no hay al menos un mínimo esfuerzo por parte de
ambos en construir algo en común —con un otro que es humano, que tiene defectos
y los tendrá—, si se espera un cuento de hadas en lugar de una experiencia real,
difícilmente esa relación llegue a buen puerto.
En definitiva, Gusto en conocerte, otra vez
no solo nos entretiene con una premisa ingeniosa y un toque de ciencia ficción,
sino que también nos invita a reflexionar sobre el amor, el control, y la
aceptación del otro tal como es. Porque, al final del día, no se trata de
encontrar a alguien perfecto ni de moldearlo a nuestro antojo, sino de elegir
todos los días construir algo real con una persona imperfecta, tal como
nosotros también lo somos. Amar no es repetir una cita ideal eternamente, sino
animarse a compartir la vida con todo lo que eso implica: cambios, conflictos,
aprendizajes y, sobre todo, crecimiento mutuo.
JMR
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