Cuando el mundo se derrumba

¿Qué pasaría si de golpe lo perdiéramos absolutamente todo? ¿Y si además no tuviéramos una mano salvadora al alcance?


Opinión

Por Juan Manuel Robledo


   "Harta" la nueva película de Netflix.

Este fin de semana vi Harta en Netflix y debo decir que no recuerdo cuándo fue la última vez que una película me causó tanta angustia en los primeros 30 minutos de trama. A la protagonista de la película le pasa todo lo malo que le pudiera pasar a una persona, todo junto, todo a la vez: los Servicios de Protección Infantil quieren llevarse a su hija, la echan del departamento que alquila y le tiran todas sus cosas a la calle, la despiden del trabajo y, para colmo, un policía amenaza con matarla; todo en el transcurso de medio día (qué semana dura, ¿eh? Capitán, recién es miércoles).


Si ya de por sí lo que acabo de relatar fuera suficiente para quebrar la salud mental de cualquier persona, hay algo que resulta todavía más angustiante: la protagonista está sola en el mundo. No tiene una familia que la ayude, no tiene al progenitor de su hija que la ayude con la misma, en definitiva, no tiene una red de contención para ayudarla a atravesar la catarata de desgracias que Netflix le tira encima a esta pobre señora interpretada por Taraji P. Henson.


La mayoría de nosotros tenemos una red de personas y soportes con los que podemos contar si, por alguna desgracia, tuviéramos que pasar la mitad de las cosas que nos muestran en la película: un núcleo familiar, padres, hermanos o, aunque sea, algún tío lejano que podría darnos una mano cuando la noche se viene negra; una pareja a quien poder acudir cuando más lo necesitásemos; amigos que pudieran contenernos, aunque sea durante lo peor de la tormenta; incluso estoy seguro de que hasta algún compañero de trabajo se ofrecería a darnos resguardo si todo nuestro mundo se viniera abajo, incluso aquellos con los que no nos llevamos bien. Pero ¿y si todo eso falla? ¿Y si realmente no tuviéramos a nadie a quien acudir? ¿Hasta dónde seríamos capaces de soportar si realmente estuviéramos solos en el mundo?


En su libro La sociedad de los miedos, Pacho O’Donnell nos habla sobre el miedo a perder lo que se tiene. En un pasaje dedicado a este miedo, O’Donnell cita una opinión de Eduardo Galeano: “El sistema (el capitalismo) se mueve impulsado por dos motores muy poderosos: la codicia y el miedo, este último el más eficiente de ambos. El miedo a perder el trabajo es un vigoroso factor de productividad; permite además manipular salarios, generar obediencia y obliga a aceptar lo inaceptable. La sociedad del miedo azuza el pánico de que a uno le suceda lo que reflejó una viñeta de Jaguar, el gran dibujante brasileño, en la que hay un mendigo pidiendo limosna que le dice a un señor que pasa: ‘Yo soy usted, mañana ’”.


Que se juegue con la necesidad de las personas que necesitan encontrar trabajo no es ninguna novedad. Cualquiera que alguna vez se haya puesto a enviar currículums en su vida habrá visto cientos de anuncios de trabajo que ponen como requisito excluyente la frase “incluir remuneración pretendida”. Esta frase ya está tan inserta en nuestra cultura laboral que la mayoría de las personas, al completar este campo solicitado, piden un salario más bajo del que quisieran (o necesitan) ganar, tan solo para no perder la posibilidad de un puesto laboral. La desesperación de saber que siempre va a haber alguien dispuesto a trabajar por menos que nosotros es el principal arma de explotación laboral.


¿Pero qué pasaría si no solo fuera nuestro trabajo? (aunque ya de por sí quedarse sin trabajo cuando uno lo necesita es un golpe mental realmente duro del cual reponerse). ¿Qué pasaría si cayéramos todavía más bajo? ¿Qué pasaría si perdiéramos algo tan básico como un techo sobre nuestra cabeza donde refugiarnos para vivir?


La realidad habitacional de muchas personas en la Argentina es realmente preocupante. En una sociedad donde acceder a una casa propia está absolutamente fuera del alcance de la mayoría de las personas (en mi círculo cercano de conocidos, solo he conocido a una persona que ha accedido a ser propietaria de un hogar, debiendo contar además con la ayuda de un crédito), alquilar termina siendo la única opción. Y, aun así, alquilar termina siendo muchas veces una odisea: cumplir requisitos absurdos para tener una garantía de pago en caso de incumplimiento, no tener hijos, no tener mascotas, ganar un sueldo tres veces superior a lo que sale el propio alquiler. Va a llegar un punto donde a los dueños les va a molestar si hasta uno respira dentro del departamento.


Es acá donde me paro a pensar entonces en la importancia de contar con nuestra red de apoyo, quienes, ante las mayores desgracias de la vida, pueden arrojarnos un salvavidas que nos salve de hundirnos en la miseria de una sociedad acostumbrada a dejar a miles de personas que se han caído del sistema tiradas en la calle, invisibilizadas por completo. Cuando los slogans de campaña prometen motosierras para los poderosos, pero el corte termina cayendo sobre los más débiles, el shock de encontrarse en la nada misma puede ser devastador.


Harta no solo es una película angustiante; es un espejo brutal de lo que implica caer, sin red que amortigüe la caída. Más allá del drama ficcional, expone una verdad incómoda: en una sociedad donde la vivienda, el trabajo y el sostén afectivo se vuelven privilegios inalcanzables para muchos, cualquier persona podría convertirse en esa protagonista: sola, sin recursos y completamente desamparada. El miedo de fondo no es solo perder lo que tenemos, sino comprobar que, al momento de necesitar ayuda, quizás nadie esté allí para ofrecerla. Y esa posibilidad debería hacernos repensar, colectivamente, el tipo de comunidad que estamos construyendo y defendiendo.


JMR

Publicar un comentario

0 Comentarios