Once actores, doce jurados: "Jury Duty" y un juicio a lo Truman Show.

La ingeniosa sitcom al estilo falso documental de Amazon Prime nos invita a ver el detrás de escena de un juicio por jurados.

Series y películas

Por Juan Manuel Robledo

  
 Jury Duty disponible en Amazon Prime.

Lo primero que tengo que decir sobre Jury Duty, una de las producciones de Amazon Prime más divertidas que me he encontrado hasta ahora, es que, además de ser graciosa, es una de las ideas más originales para una sitcom que he visto. La serie comienza con un aviso: “Esta serie explora el proceso judicial en EE. UU. desde los ojos de un jurado. En un juicio normal, los jurados tienen prohibido hablar del caso. Pero logramos un acceso sin precedentes. Porque este no es un juicio normal… es ficticio, todos los participantes son actores… excepto Ronald”.


En esta bizarra mezcla entre The Truman Show y The Office, nos encontramos con Ronald Gladden, un hombre de 29 años que fue citado a cumplir con su deber ciudadano como jurado en un juicio civil por daños. Lo que Ronald no sabe es que él es la única persona en toda la sala del tribunal que desconoce la verdad: el juicio es falso, es una producción de Amazon Prime. Todas las personas involucradas, desde el juez, el resto de los jurados, la alguacil del tribunal, los abogados y las partes del juicio, son actores que están grabando en tiempo real esta divertidísima comedia que comienza siendo lo que podría ser un juicio común y corriente, pero nos termina llevando a ver un verdadero reality donde podemos ver cada reacción de nuestro protagonista ante las extrañas cosas que van pasando a lo largo del juicio.


En diferentes partes del juicio, Ronald y los demás jurados son entrevistados por la producción del programa. Mientras que nosotros, los espectadores, ya sabemos la verdad, lo que Ronald en realidad piensa es que lo que se está grabando es un documental sobre el papel de los jurados en el proceso judicial norteamericano. De hecho, esta fue la forma en la que él fue seleccionado para ser el “héroe” secreto de toda esta historia. Gladden llegó a formar parte de Jury Duty porque se había inscripto en un anuncio publicado en Craigslist (un sitio web donde se publican avisos clasificados) donde se solicitaban participantes para aparecer en un documental de bajo presupuesto que estudiara el proceso judicial estadounidense a través de los ojos de los jurados. Como más tarde revelaría el propio Ronald a través de sus redes sociales, esto le cerraba por todos lados: participaría en una experiencia nueva, le pagarían por su tiempo y aparecería en un documental.


A lo largo de sus ocho capítulos, la serie nos lleva por las distintas etapas de un juicio civil. El caso que se plantea es sencillo: una empresaria que dirige una fábrica de estampado de remeras despide a un empleado por haberse desmayado en horario laboral, presuntamente en estado de ebriedad, arruinando una producción importante. A raíz de ese incidente, decide demandarlo por los daños sufridos.

En particular, lo que más captó mi atención a lo largo de toda la serie —y probablemente tenga mucho que ver con el hecho de que soy abogado y en ella se reflejan varias de mis objeciones respecto a los juicios por jurados— fue el capítulo en el que los doce jurados deben reunirse para analizar todo lo que han visto hasta el momento y deliberar sobre el veredicto que determinará si el demandado es responsable o no de los daños que se le atribuyen.


Me resultó bastante inquietante ver cómo algunos jurados ignoraban por completo las instrucciones del juez sobre los hechos que no debían tener en cuenta por no haber sido planteados adecuadamente en el proceso por la defensa. Pero lo que más me llamó la atención fue un momento en particular: uno de los jurados intenta introducir en la discusión un principio clave del derecho civil, la culpa in vigilando —es decir, la responsabilidad que asume una persona por los daños causados por un tercero bajo su vigilancia, como en el caso de un empleador respecto de sus empleados—. Sin embargo, el comentario apenas si fue registrado por el resto del grupo.


Aunque como espectadores sabemos desde el primer momento que no se trata de un juicio real, la deliberación del caso debía mantenerse lo más seria y convincente posible por parte de todos los actores, para que el engaño se sostuviera hasta el final. No era tarea fácil: el juicio se extendió durante 17 días reales, y en cualquier momento Ronald podría haber descubierto que todo era una farsa. Y es ahí cuando surge una pregunta inevitable: si fuéramos nosotros quienes estamos siendo juzgados, si fuera nuestro destino el que está en juego en un proceso judicial… ¿querríamos que doce personas sin formación legal decidieran nuestro futuro? ¿O preferiríamos que nos juzgara alguien con experiencia, conocimiento y criterio jurídico, como la de un juez del Poder Judicial?


En lo personal, tengo muchas reservas respecto de la implementación del sistema de juicio por jurados en nuestro país, aunque, conforme el texto expreso de nuestra Constitución Nacional, todos los juicios deberían resolverse a través del veredicto de un jurado, lo cual es mencionado en tres oportunidades en la Carta Magna. El principal motivo de preocupación es que los jurados no resuelvan los casos conforme a las pruebas que se les presenten, sino a preferencias personales, preconceptos arraigados en su personalidad, prejuicios y resentimientos que puedan conservar hacia un estereotipo de persona que pueda verse identificado con alguna de las partes del proceso.


El caso más presente que puedo memorar al respecto es el de Daniel Oyarzún, un carnicero que fue absuelto por un jurado popular compuesto por 6 hombres y 6 mujeres, del delito de homicidio simple por exceso de legítima defensa. El hecho que se juzgó ocurrió el 13 de septiembre de 2016, cuando dos personas ingresaron a la carnicería para robarle y, tras disparar varias veces dentro del local, se llevaron 5 mil pesos. Según la investigación, Oyarzún salió a perseguir a los ladrones con su auto y, en la huida, los dos delincuentes se cayeron de la moto en la que se escapaban. Fue en ese momento que el carnicero alcanzó a uno de ellos, lo atropelló, lo aplastó contra un poste y lo hirió de gravedad. Horas después, el delincuente falleció.


En lo que, para muchos miembros de la comunidad jurídica, el caso de Oyarzún se ve claramente como un homicidio —ello en razón de que, para que exista legítima defensa, la respuesta a la agresión debe ser inmediata y el riesgo debe subsistir para la persona víctima del delito—, los 12 jurados del caso liberaron de toda responsabilidad al carnicero, a pesar de que el mismo, desde que los ladrones se marcharon tras el robo, subió a su auto, los persiguió y los atropelló.


En definitiva, Jury Duty no solo logra hacernos reír y sorprendernos con su premisa única, sino que también, sin proponérselo abiertamente, nos invita a repensar el sistema judicial y, en especial, el rol del jurado popular. A través del artificio de una ficción disfrazada de realidad, nos enfrenta con preguntas muy reales sobre justicia, responsabilidad y sentido común. Tal vez lo más inquietante —y a la vez fascinante— sea que, detrás de esta comedia, late una verdad incómoda: en la vida real no hay guionistas que cuiden cada paso del proceso, ni cámaras ocultas para detectar errores. El juicio es real, sus consecuencias también, y quienes deciden pueden ser tan impredecibles como cualquier personaje de ficción. Por eso, mientras disfrutamos de esta brillante serie, no está de más preguntarnos si estamos preparados para dejar nuestro destino en manos de doce desconocidos.

 

JMR

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