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Upload, la serie de Amazon Prime, nos presenta un paraíso digital donde podemos existir más allá de la muerte. Si la billetera te alcanzara ¿vivirías para siempre en la nube?

Imaginemos una máquina de experiencias capaz de ofrecernos cualquier vivencia que deseáramos. Unos neuropsicólogos extraordinarios estimularían nuestro cerebro de tal forma que podríamos pensar y sentir, de manera literal, todo lo que quisiéramos experimentar: recorrer el mundo, degustar nuestro plato favorito, conocer a cualquier celebridad. Mientras tanto, nuestro cuerpo permanecería inmóvil, flotando en un recipiente con electrodos conectados a la cabeza. La pregunta es inevitable: ¿Nos conectaríamos a esta máquina para siempre, programando de antemano los deseos de toda nuestra vida? Por supuesto, dentro del recipiente no seríamos conscientes de estar allí; creeríamos que todo lo que experimentamos ocurre realmente en la realidad. Entonces, ¿Qué podría importarnos más que la manera en que sentimos interiormente nuestras vidas? Este experimento mental fue creado en el año 1974 por el filósofo norteamericano Robert Nozick y es justamente el escenario que nos plantea Upload, la producción de Amazon Prime que cuenta con 4 temporadas.
Upload narra la historia de Nathan Brown
(interpretado por Robbie Amell), un joven programador de 27 años que
vive en Los Ángeles en el año 2033. En esta sociedad futurista, la empresa
tecnológica Horizen ha desarrollado un mundo virtual capaz de alojar
conciencias humanas: las personas pueden ser “subidas” a este espacio digital
llamado Lakeview, una realidad que combina la apariencia de un barrio
privado con las comodidades de un hotel cinco estrellas. Gracias a esta
tecnología, la muerte deja de ser definitiva, pues los individuos tienen la
posibilidad de continuar existiendo en formato digital, conservando sus
recuerdos y disfrutando de cualquier experiencia que deseen en esta nueva
dimensión. Sin embargo, detrás de este paraíso virtual se esconde una gran
trampa: acceder a Lakeview es sumamente costoso, lo que excluye a gran
parte de la población de la opción de prolongar su vida más allá de la muerte
natural.
Después de sufrir un grave accidente en automóvil en el primer capítulo de la serie, Nathan es trasladado de urgencias al hospital, donde le comunican que le quedan pocos minutos de vida a raíz de sus lesiones. En el hospital junto a Nathan se encuentra Ingrid Kannerman, su millonaria y malcriada novia (interpretada por Allegra Edwards). Frente a esta dramática situación y con poco tiempo para decidir, Ingrid convence a Nathan de que digitalice su conciencia y que lo suban a Lakeview, prometiéndole que ella se haría cargo de todos los costos de mantenerlo en este paraíso digital. Nathan toma entonces la decisión de digitalizar su conciencia y llega de esta manera a este Más Allá elegante y exclusivo. Sin embargo, pronto descubrirá que esta decisión lo lleva a estar atado a la voluntad y caprichos de Ingrid, quien se convierte prácticamente en su dueña, pagando la costosa factura por la lujosa vida digital de su novio y que es capaz de borrar su existencia con un simple desliz de su dedo, como si se tratara de un simple Tamagotchi.
En lo personal, Upload me hizo pensar sobre
muchas cosas. La primera que me hizo cuestionarme es si realmente estas copias
digitales de nuestras conciencias seríamos nosotros mismos: ¿Qué es lo que
determina lo que somos? ¿Realmente nuestros pensamientos duplicados en una base
de datos pueden reemplazar la esencia misma de nuestro ser? ¿O acaso se
trataría simplemente de una IA que actúa como nosotros, se ve como nosotros,
suena como nosotros, pero simplemente sería un algoritmo que replica nuestro
comportamiento? ¿Esta copia digital sería nuestra “alma” (si es que realmente
existe algo como lo que la cultura que nos rodea nos enseñó como “alma”)?
Y es esta interrogante que me hizo plantearme la
serie justamente lo que plantea la paradoja del barco de Teseo.
Ya fuera del plano filosófico, Upload parece retratar
lo que tranquilamente podría ser el sueño húmedo de cualquier libertario: el
hecho de que aún después de muertos, una empresa sea capaz de facturar con
nosotros, vendiéndonos bienes y servicios. Como si no alcanzara el consumismo
desenfrenado al que nos somete el capitalismo en vida, la serie lleva todo un
paso más allá: la mercantilización absoluta de la muerte.
Como es de esperarse, el conflicto social entre quienes
pueden acceder a la promesa de la vida paradisíaca después de la muerte (no
con una vida llevada con honradez, sino a través de la tarjeta de crédito)
y quienes se ven privados de esta posibilidad juega un rol central en la
historia, como también los intereses de las personas que se benefician de esta
dicotomía social. La muerte así deja de ser esa gran igualadora como es retratada
en la literatura universal para convertirse en una nueva forma de
diferenciación, puesta a la venta al mejor postor.
Aunque una vida eterna en la realidad digital pueda resultar
tentadora para algunos, a mí me surge una duda: ¿Qué sentido tendría
esforzarnos por lograr algo en la vida si después pudiéramos alcanzarlo sin
dificultad en un entorno virtual? ¿No es, acaso, la certeza de nuestra propia
muerte lo que nos impulsa a actuar en el presente? Estas preguntas no buscan
criticar a quienes optarían por la comodidad de una felicidad garantizada en un
mundo digital; sin embargo, me inquieta la posibilidad de perder de vista la
noción de finitud de la vida, ese motor histórico que nos ha llevado, como
especie, a trascender más allá de nuestra propia existencia.
JMR
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