Cansados de vivir cansados

Opinión

Vivimos rodeados de mensajes que nos dicen que si no aprovechamos al máximo nuestro tiempo somos un fracaso ¿Cómo podemos descansar sin sentirnos culpables por no completar los objetivos de una checklist 24/7?

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Hace ya un tiempo que me viene acompañando una sensación de cansancio permanente que parece no querer irse. Es una mezcla extraña: un poco de saturación mental, un poco de adormecimiento, un poco de dificultad para concentrarme. No es consecuencia de ninguna enfermedad ni secuela física; es simplemente la sensación de arrancar el día con la alarma y descubrir que, antes incluso de empezar, el cuerpo y la mente ya llegan fatigados. Esto que describo no me pasa solamente a mí, sino que varios compañeros de trabajo y amigos me han comentado que les está pasando exactamente lo mismo. Es como si por algún motivo no pudiéramos terminar de reponernos al finalizar con nuestras obligaciones laborales o de estudios, y la fatiga se extendiera más allá, a nuestro tiempo libre, a nuestras actividades de ocio o simplemente a las horas que decidimos quemar un poco de neuronas scrolleando historia tras historia en Instagram.

Lo cómico de todo esto (o lo triste, según cómo se lo mire) es que incluso cuando tenemos un rato libre para recuperarnos del ajetreo del día, para hacer las cosas que nos gustan, juntarnos con amigos, mirar una película con nuestra pareja o simplemente dejar que el tiempo pase, terminamos sintiéndonos culpables. Es como si descansar fuera un lujo indebido, porque enseguida aparece la idea de que podríamos estar aprovechando ese momento para ordenar el desorden de la casa, ir al supermercado, adelantar un capítulo de lectura para el próximo parcial o al menos tratar de quemar 10 gramos más de grasa en el gimnasio. Esa culpa nos persigue constantemente. Sentimos que podríamos estar siendo productivos en este mismo momento para no terminar de arrepentirnos más tarde, cuando miremos de nuevo a la pila de ropa que se acumula en el canasto del baño y que sigue esperando llegar al tender de la ropa limpia.

Llega un punto en el que es inevitable preguntarnos cuando llegará el día que terminemos de reponernos de este cansancio constante o al menos saber porqué es que nos sentimos como nos sentimos para poder hacer algo al respecto ¿Es que estamos durmiendo pocas horas? ¿Necesitamos cambiar nuestra dieta? ¿Necesitamos hacer más ejercicio?

No es una percepción aislada: incluso la filosofía contemporánea ha comenzado a indagar sobre el tema. Recientemente terminé de leer La Sociedad del Cansancio, del filósofo y ensayista surcoreano Byung-Chul Han. En este breve ensayo, Han nos explica que la sociedad moderna en la que vivimos ha cambiado radicalmente respecto de la sociedad en la que vivieron nuestros abuelos y nuestros padres. Esa sociedad, la sociedad del Siglo XX, era una sociedad de vigilancia y castigo, como la describía Michel Foucault: las personas debían responder a un modelo de conducta, siendo constantemente vigilados por las instituciones sociales: las escuelas, los manicomios, las cárceles y las fábricas. La transgresión a ese modelo de conducta era castigada por estas mismas instituciones: la internación en la institución mental, la condena a prisión, el despido del trabajo.

En cambio, en la sociedad del cansancio que describe Han, las personas ya no están sujetas a un modelo social que las explote por fuera de ellas, sino que hemos pasado a vivir en una sociedad donde las personas nos explotamos a nosotros mismos: una sociedad donde existe un exceso de “positivismo” tóxico que nos lleva constantemente a decirnos “yo puedo con todo; yo tengo que hacer todo; yo tengo que ser productivo todo el tiempo”.  Si antes el quebrantamiento de la norma traía consigo el castigo, ahora el incumplimiento de este mandato de productividad nos provoca frustración: no soy lo suficientemente bueno para tener un mejor trabajo; debería haber terminado mi carrera universitaria 3 años antes; tengo que empezar a hacer 20 abdominales más por día para llegar bien al verano. No es que los castigos del Siglo XX hayan desaparecido, las consecuencias de los comportamientos indeseados siguen existiendo: la gente sigue siendo despedida y las prisiones del país siguen estando sobrepobladas. Pero el imperativo de persona modelo en la actualidad ha pasado a ser la de un súper atleta de la producción.

La Sociedad del Cansancio nos trae otro concepto clave: las enfermedades que definen sus épocas. Y es que Han nos explica que hemos dejado atrás la época donde las patologías eran bacterianas desde que la ciencia ha desarrollado los antibióticos. Hoy en día en cambio lo que define nuestra sociedad son las enfermedades neuronales: la depresión, el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste laboral o burnout son las enfermedades que definen el Siglo XXI y a la sociedad del cansancio.

Es este afán por aprovechar al máximo nuestro tiempo para producir lo que hace que nos sintamos constantemente agotados y sintamos los efectos del burnout. No lo hacemos de forma consciente por supuesto. Pero este discurso imperante al cual somos sometidos incesantemente nos lleva a transformar todo en una carga mental ¿Acaso no cambió hasta la forma en la que nos tomamos vacaciones? Lo que se supone debería ser una época donde podemos relajarnos pasa a ser una carrera por visitar la mayor cantidad de lugares posibles en el destino turístico que hayamos elegido, sacarnos la mayor cantidad de fotos para nuestras redes y así mejorar el feed de nuestro perfil.

No hace falta buscar demasiado para encontrarnos con los mandatos de lo que Han llama la sociedad del cansancio. Instagram es, en sí mismo, una máquina hecha para bombardearnos con ese tipo de mensajes: sobran los influencers que dan cátedras financieras sobre cómo volverte millonario minando criptomonedas; los nutricionistas sin título que te aseguran que podés bajar cinco kilos tomando agua salada en ayunas; y los gurúes de la productividad que predican los beneficios de despertarte a las 4 de la mañana y darte una ducha helada para activar vaya a saber qué en tu cerebro.

Nadie dice que esté mal sentirnos motivados y trabajar por nuestros objetivos. Alcanzar una meta puede ser una de las experiencias más gratificantes que tenemos en la vida. El problema aparece cuando convertimos ese impulso en una exigencia permanente. Si logramos reconciliarnos con la idea de que no necesitamos acumular logros para exhibir en LinkedIn, y entendemos que el descanso —ese tiempo en el que no hacemos nada y está bien que así sea— tiene el mismo valor que el progreso personal, entonces quizá podamos soltar la culpa, darle un respiro a la mente y empezar a vivir menos cansados.


JMR

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