Series y películas
La película "La Larga Marcha, adaptación de la novela distópica de Stephen King, quizás nos pueda enseñar una o dos cosas sobre nuestra realidad social argentina de cada día.
El fin de semana pasado fui al cine a ver La Larga Marcha,
película que adapta la novela distópica de Stephen King del mismo nombre.
Esta historia está situada en una versión alternativa de los Estados
Unidos, en una especie de futuro en crisis donde la economía está colapsando.
Como forma de mantener a la población motivada para producir más y volver a
poner al país en la cima del mundo, todos los años se celebra el evento que le
da el nombre a la película: la larga marcha. Esta larga marcha es una
competencia en la que participan unos 50 hombres jóvenes (cifra según la
película, que puede diferir de la novela). El objetivo de la competencia es
sencillo: ser el último hombre en pie que siga caminando. Quien lo logre, además
de recibir una fortuna en dinero, podrá desear cualquier cosa que quiera y el
gobierno deberá concedérselo.
Las reglas de la marcha también son sencillas. Una vez que
se da el disparo de salida, los 50 hombres tienen que empezar a caminar a lo
largo de la carretera. Cada participante debe mantener una velocidad mínima de
caminata de unas 4 millas por hora – lo que equivale aproximadamente a 6 kilómetros
por hora – y no pueden detenerse, ni
bajar la velocidad por debajo de las 4 millas. Si alguno de los participantes se
detiene o baja la velocidad, recibirá una advertencia y tendrá 10 segundos para
volver a caminar o volver a recuperar el ritmo mínimo de velocidad, según se
trate. Si el participante llega a la tercera advertencia y no vuelve a caminar
o recupera la velocidad en menos de 10 segundos, quedará eliminado y será
ejecutado de un disparo por parte de los soldados del ejército que van
acompañando la marcha. Las advertencias pueden ir borrándose si el participante
camina durante una hora de forma ininterrumpida a la velocidad exigida. Por
cada hora caminada de esta forma, el participante borra cada advertencia
recibida, hasta volver a cero.
Otro factor clave en la película, además de la resistencia
física, es el factor psicológico: la larga marcha no tiene meta de llegada. La
única forma que alguien resulte vencedor es que el resto de los 49 participantes
restantes haya sido eliminado. Es decir que, para que alguien gane, todo el
resto tiene que morir. Hasta tanto eso no suceda, todos deben seguir caminando,
sin frenar para dormir, ir al baño, o cualquier motivo que sea. Como es de
esperarse frente a semejante panorama, la tensión en todos los participantes irá
creciendo con cada hora de caminata, empezando a sufrir no solamente el
agotamiento físico por los kilómetros recorridos, sino también el sufrimiento
psicológico por no saber hasta cuándo se extenderá todo.
Cuando uno se pone a ver una película o una serie de este
estilo, por más que los “gordos se viene” de Twitter nos digan todo el tiempo
que estamos a un paso de vivir en un mundo distópico al estilo Los Juegos
del Hambre o La Purga, uno realmente no piensa que estemos ni
siquiera cerca de vivir una realidad como la que nos muestra la película. Por
mucho que la cosa esté difícil en la calle y en cientos de miles de hogares de
la Argentina, uno no se imagina que estamos a un paso de empezar a hacer
marchar a 50 pibes por la Panamericana, apuntándoles con ametralladoras a la
cabeza, hasta que sus cuerpos fallen y sus pies dejen de caminar, solo para que
su esfuerzo sirva para inspirar al país a salir adelante.
Aun así, aunque no imagine que mañana mismo podamos
despertarnos con un panorama semejante afuera de la ventana, me resulta
imposible no ver muchos paralelismos entre lo que ocurre hoy en la Argentina y
lo que describe King en su novela. Quizás también influya que esta columna se
publique justo el día de las elecciones legislativas nacionales, que marcan la
mitad del mandato de Javier Milei y su séquito libertario. El presente
que atravesamos se siente como si ya hubiésemos recorrido media marcha: todos,
en mayor o menor medida, fatigados y sin energía para seguir avanzando.
Rápidamente se me viene a la cabeza una de las similitudes
bastante evidentes entre la película y la realidad argentina. El antagonista en
La Larga Marcha es el Comandante del ejército que va liderando, desde la
comodidad de una camioneta, la caminata de los participantes. Mientras que uno
a uno los participantes van siendo eliminados y asesinados, el Comandante no
deja de agradecerles a cada uno de ellos el sacrificio que están realizando por
el bien del país. Casi como si se tratara de una burla del destino, no hace
mucho el presidente Milei salió a agradecerle a todos los argentinos el esfuerzo
realizado, diciendo también que “falta mucho” y que recién “estamos a
mitad de camino”. Todo esto mientras
todavía resuena el escándalo de José Luis Espert, excandidato
oficialista a encabezar la lista de diputados en Provincia de Buenos Aires para
las elecciones de este domingo, quien está siendo investigado por haber recibido
un pago de 200 mil dólares de parte del empresario ligado al narcotráfico, Fred
Machado. Me pregunto yo cuántos años en la vida tardaría una persona con un
sueldo promedio en Argentina en ahorrar 200 mil dólares.
Otro ejemplo del reflejo entre esta distopía y nuestra
realidad social —que no puedo dejar de mencionar— es el caso de Pablo Grillo,
el fotógrafo al que un efectivo de Gendarmería Nacional le disparó directamente
un cartucho de gas lacrimógeno en la frente, provocándole una fractura de
cráneo y pérdida de masa encefálica. ¿Dónde estaba Pablo Grillo en el momento
del disparo? Irónicamente, cubriendo una marcha. Sí, de nuevo, alguien siendo
disparado por fuerzas del Estado, en el marco de una marcha. Esta vez, la de
nuestros jubilados, que cada miércoles siguen saliendo a la calle como único
acto de esperanza frente a un gobierno que los ha dejado en el fondo de la olla
y cuya única respuesta hacia ellos parece ser la represión de las fuerzas de
seguridad.
Quizás nosotros aún conservemos una esperanza que los
participantes de La Larga Marcha no pudieron tener: poder vislumbrar, aún
a lo lejos, una línea de llegada. Todavía falta mucho para el 10 de diciembre
de 2027, momento en el cual finalice el mandato vigente de La Libertad Avanza.
Este domingo puede empezar a ser el comienzo de esa línea de llegada a la que
estamos intentando llegar. Aun cuando este gobierno haya demostrado más de una
vez que no le importa lo que diga el Poder Legislativo, sosteniendo sus
decisiones a base de vetos y suspensiones de leyes aprobadas. En este caso, ya
sea universitaria, por el colectivo de la discapacidad o por los jubilados, las
marchas parecen seguir siendo el único freno que parece hacer mella en la
crueldad oficialista. A diferencia de los 50 participantes de la película de
King, quizás nosotros si podamos encontrar esperanza en estas marchas.
JMR
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